07/03/2020 - 31/05/2020

LA INTERNACIONALIDAD DE LA MUJER

Artículo  escrito por Silvia Fernández Suela, Responsable del Proyecto Ein Karem para la promoción de la dignidad, vocación y misión de la mujer, en el contexto de la iniciativa de la Delegación de Apostolado Seglar de celebrar determinados días internacionales, como es el  Día Internacional de la Mujer el 8 de marzo.

 

LA INTERNACIONALIDAD DE LA MUJER

En el día en el que se celebra el Día Internacional de la Mujer y se habla igualdad, podríamos preguntarnos ¿De verdad sabemos lo que es y significa SER MUJER?

Nos bombardean con noticias, manifiestos y proclamas que nos quieren convencer de que el pensamiento actualmente dominante sobre la mujer es el auténtico, el verdadero, el bienintencionado, por ser el más gritado; pero la realidad es que la gran magnitud de la mujer es explicada por nosotras mismas desde nuestro trabajo responsable, meditado, introspectivo, silencioso, transformador de la realidad en la que estamos presentes.

El tema de la mujer viene adquiriendo una importancia creciente en la cultura de nuestro tiempo. Esta reflexión sobre lo que se conoce como la cuestión femenina se inicia hacia finales del siglo XIX y cobra una gran fuerza e importancia durante en el siglo XX; hoy se ha convertido en uno de los debates de mayor interés en el mundo entero. Debemos alegrarnos de que así sea, puesto que el papel protagonista de la mujer en todas las esferas de la sociedad –también en la Iglesia–, en coherencia con lo que somos y representamos, es fundamental para la construcción del bien común.

A llevar a cabo esta reflexión puede ayudarnos poner la mirada en la Carta Apostólica Mulieris dignitatem, escrita por el Papa Juan Pablo II en 1988.

Decía San Juan Pablo II: “… estoy convencido de que el secreto para recorrer libremente el camino del pleno respeto de la identidad femenina no está solamente en la denuncia, aunque necesaria, de las discriminaciones e injusticias, sino también y sobre todo en un eficaz e ilustrado proyecto de promoción, que contemple todos los ámbitos de la vida femenina, a partir de una renovada y universal toma de conciencia de la dignidad de la mujer.”

La mujer tiene una vocación muy marcada, consecuencia de los planes de Dios para ella desde su creación, en complementariedad con el hombre, no en superioridad ni en inferioridad, y nunca desde la confrontación. En sus propias palabras, somos las mujeres las que, llenas del espíritu del Evangelio, podemos ayudar a que la humanidad no decaiga.

Desde una perspectiva de fe, no podemos olvidar que la mujer se encuentra en el centro del acontecimiento de la salvación del ser humano, a través de la Virgen María; y esta plenitud de los tiempos manifiesta la dignidad extraordinaria de la mujer.

Juan Pablo II quiso devolver a un primer plano el genio femenino, su vocación a la maternidad física o espiritual, desde esa sensibilidad del amor hacia lo creado y desde el ser portadoras del mensaje evangélico, testigos de la Resurrección. Son muy elocuentes las palabras que nos dirige, desde el agradecimiento más profundo, en su Carta a las Mujeres de 29 de junio de 1995:

“Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.

Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca entrega, al servicio de la comunión y de la vida.

Te doy gracias, mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición, generosidad y constancia.

Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística y política, mediante la indispensable aportación que das a la elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento, a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del « misterio », a la edificación de estructuras económicas y políticas más ricas de humanidad”.

Te doy gracias, mujer-consagrada, que a ejemplo de la más grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la humanidad a vivir para Dios una respuesta «esponsal», que expresa maravillosamente la comunión que El quiere establecer con su criatura.

Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas”.

Mujeres creyentes, seamos un constante canto de acción de gracias a Dios por su designio sobre la vocación y la misión de la mujer, poniendo de relieve lo que verdaderamente somos y estamos llamadas a ser.

Mujeres todas, asumamos el reto de ser sembradoras de esperanza y de vida, de complementariedad, de buscar al otro. Así, juntos, mujeres y hombres podremos hacer un mundo mejor y celebraremos la “internacionalidad de la mujer” desde la autenticidad y el carácter genuino de lo que es y significa ser mujer.

 

Silvia Fernández Suela

Responsable del Proyecto Ein Karem para la promoción de la dignidad, vocación y misión de la mujer