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La riqueza de los pobres
El 19 de noviembre de 2023, el Papa Francisco, una vez más –y ya van siete–, nos convoca a una nueva edición de la Jornada Mundial de los Pobres con el objetivo de ponernos en reflexión en torno a las personas vulnerables y azotadas por la carencia y el sufrimiento. No deja de ser esta una llamada sorprendente. En primer lugar, porque ocurre en un mundo deslumbrado por el progreso y el beneficio del avance económico constante, al que persigue como depredador hambriento anhelando una vida de comodidades y fastuosidad y que siempre se le hace poco porque no encuentra límites a su deseo de vivir mejor. Y, en segundo lugar, porque pretende sacarnos de la somnolencia que hace entender el servicio a los pobres como la simple limosna de dar lo que nos sobra desde la distancia, para, de ese modo, en esa misma somnolencia, mantener la conciencia tranquila mientras seguimos empeñados en la búsqueda de una vida acomodada y sin privaciones.
La Jornada Mundial de los Pobres es, en definitiva, una jornada de reflexión que pretende ir más allá de hablar de los pobres en tercera persona, para pasar a un diálogo de tú a tú, e incluso, para convertirla en una reflexión en primera persona y descubrir nuestras propias pobrezas y debilidades. El pobre no es alguien que vive al otro lado de mi ciudad o población como ser ajeno y sin rostro, sino que es mi prójimo y mi vecino, e incluso, yo mismo soy ese pobre del que estamos hablando.
El Papa ha elegido como lema para esta Jornada las palabras que el anciano Tobit dirige a su hijo Tobías: “No apartes tu rostro del pobre” (Tb 4,7). No apartar el rostro de los pobres significa siempre tenerles en cuenta, que haya una voluntad de ayudarles e incluso que exista una predisposición para buscarlos allí donde se encuentren. Estas palabras de Tobit brotan de la sabiduría de su experiencia vivida y de su amor paternal, que pretenden dirigir los pasos del hijo y hacerle partícipe de una riqueza, que es la riqueza que aporta el contacto con los pobres. Muchas son las personas que manifiestan cómo el servicio a los necesitados ha cambiado su vida, dotándolas de un significado nuevo e inusual. Muchos son los testimonios de quienes han encontrado en el prójimo dolorido la mejor forma para transformar su corazón. Muchos son los que, haciéndose pobres con los pobres, han experimentado la riqueza inherente que estos poseen: la presencia de Cristo. No hay que apartar el rostro de los pobres, porque no hay que apartarlo de Cristo, quien nos pide buscarle entre los últimos y olvidados. Porque efectivamente, allí donde hay un pobre o una persona que sufre, allí está Cristo, y no hay mayor riqueza que la que nos da Jesús, el pobre de Nazaret.
No apartar el rostro de los pobres es camino de conversión. Ellos tienen la facultad de cambiarnos la vida y enriquecérnosla y, hasta que no lo descubramos, nosotros seremos los pobres y harapientos que transitaremos por este mundo fausto y pomposo, ávidos de sensaciones que nos den la siempre buscada y nunca encontrada felicidad. Las vivencias nos limitan, y hasta que no abramos nuestro corazón a esta realidad de los hermanos que viven a nuestro lado y lo pasan mal, careceremos de aquella que nos saca de nosotros mismos, para apresurarnos y abrazar al prójimo en su dolor, sufrimiento y pobreza, y reconocernos, de ese
modo, en ese mismo dolor, sufrimiento y pobreza. En cada uno de nosotros hay un pobre, porque todos necesitamos de Cristo para llenar nuestro corazón.
Una vez más, el pobre está llamado a ser el centro de nuestro compromiso, de nuestra acción social y caritativa. La prioridad de nuestra sociedad, de nuestras comunidades y de las organizaciones a las que pertenecemos, deben seguir siendo ellos. Nuestros grupos de referencia deben estar orientados a ellos como norma básica de vida, de progreso en común y, en el caso de las comunidades de creyentes, de crecimiento en la fe. Pero todo esto no únicamente por el bien de los pobres, sino más bien, y sobre todo, por nuestro propio bien. Porque son los pobres los que harán que nuestra vida salga de la pobreza.
Francisco Cano Moreno
Presidente de Acción Católica General de Toledo
y Técnico de Cáritas Diocesana de Toledo