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1 de Septiembre: Día del Cuidado de la Creación
DÍA DEL CUIDADO DE LA CREACIÓN … UN ASUNTO PENDIENTE
Haciendo un poco de memoria, fácilmente recordamos que, hace ya cuatro años, el Papa Francisco instituyó la celebración anual del Día del Cuidado de la Creación para cada 1º de septiembre. Ese mismo año de 2015 el magisterio eclesial se había visto enormemente enriquecido con la publicación de la encíclica Laudato Si’, de nuestro Papa Francisco, que supuso un novedoso y esperanzador mensaje sobre la situación de la naturaleza, que no es más que la huella del Dios Creador que nos ha prestado a los hombres y sobre la que tenemos la responsabilidad de su cuidado y protección.
Otros importantes documentos del magisterio eclesial anteriores o posteriores a Laudato Si’ recuerdan este aspecto ecológico y medioambiental sobre el que profundizó la encíclica. Este año de 2019, en la reciente Exhortación apostólica Christus Vivit, el Papa ha vuelto a recordar nuestra obligación del cuidado de la creación y el medio ambiente (nº 228). Y a estas alturas parece de obligada relectura de cualquier cristiano comprometido el capítulo 10, tanto en el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia como en su reflejo en el DoCat (este es bien sabido que está dirigido especialmente a los jóvenes). Estas dos herramientas son elementos imprescindibles de conocimiento de lo que nuestra madre la Iglesia dice en la Doctrina Social para saber y explicar cómo cuidar la creación y el medio ambiente.
Y, esforzándonos, recordaremos que en este próximo mes de octubre en la Iglesia católica viviremos el sínodo especial de los obispos para la Amazonía, que será una oportunidad más de conocer nuevos contenidos y propuestas en el “proceso de conversión ecológica y pastoral” (introducción Instrumentum Laboris del sínodo, ver www.sinodoamazonico.va). Y aunque la respuesta de esta conversión sea más urgente en la selva tropical del Amazonas, sin duda el sínodo nos mostrará el camino de una Iglesia más comprometida con los desafíos de los problemas medioambientales, la promoción humana, la educación integral y la conversión ecológica para que estén presentes en nuestra agenda de tareas eclesiales.
Han pasado más de cuatro años de la publicación de Laudato Si’ y, sinceramente, debemos reconocer que cuesta que “cale” en nuestras comunidades eclesiales el mensaje de la necesidad de una mayor conciencia medioambiental y, consecuentemente, un mayor compromiso en el cuidado del planeta. Estos años podrían haber sido un periodo en el que las comunidades cristianas hubieran animado al estudio, la divulgación, la profundización y la formación de las nítidas claves que el Papa nos presentó en la encíclica. Quizás la Iglesia aún nota la falta de eco, de presencia de una apuesta ecologista, lejos de cualquier tinte político, que nos implique decididamente en el cuidado del planeta y sus recursos. Quizás esta necesidad es más elocuente en los cristianos más jóvenes, aquellos que tendrán más tiempo para ejercer esta tarea.
Es evidente que necesitamos una cierta “evolución”, una vuelta más, un paso adelante decidido para asumir los retos presentados en la encíclica. Quizás no podemos hacer todo lo necesario para evitar, por ejemplo, el calentamiento global, la sostenibilidad del medio marino o del todo el planeta, o la reducción y pérdida de la biodiversidad (el ritmo actual de desaparición de especies animales y vegetales es la peor en la historia). Sin duda son retos en los que deben implicarse los gobiernos, las empresas y la humanidad entera. Pero se necesita también el compromiso personal y el eclesial ¿Es que podemos hacer algo desde nuestras comunidades eclesiales por el cuidado del planeta?
Ahí van tres sencillas ideas:
– Tengamos aún más presente la actitud de agradecimiento por el don de la naturaleza, la vida, los recursos naturales, las especies y los bienes que Dios permite disfrutar a la humanidad. Recordemos a menudo el salmo 148 que invita a todas las criaturas de la creación a cantar y alabar al Señor en todo momento.
– ¿Ser cristiano y ecologista es contrario? Claramente, no. No minusvaloremos el problema del daño que sufre el planeta. El Papa Francisco ya enumeró algunas de estas cuestiones o dificultades al comienzo de la encíclica (nº 15 a nº 53) y todos los datos científicos abundan para ofrecer un panorama en el que el planeta y la atmósfera están sufriendo un daño sin vuelta atrás. Por eso, no es responsable ni justo trasladar la responsabilidad del cuidado del planeta a las generaciones posteriores, ni tampoco esperar que sean los demás quienes asuman las tareas que nos corresponden a todos. También a los cristianos, que debemos tener conciencia formada, huir de la “apatía”, recabar información y conocer los datos para tomar medida real de la magnitud de las dificultades por las que pasa el medio ambiente. Una mayor conciencia espiritual ecológica y medioambiental es necesaria. Si los cristianos no hacemos por cuidar la naturaleza ¿quiénes creemos que lo hará?
– Debemos intensificar la conciencia cristiana sobre la cuestión medioambiental. Para ello debemos facilitar que en nuestras comunidades se hable y se estudie esta cuestión con la importancia que la propia Iglesia le da. Se trata de “traducir en nuevos hábitos” (Laudato Si’ 209). Debemos apelar a la creatividad pastoral y, así, serían bienvenidos y necesarios –en un primer momento– algunos gestos y signos sencillos y concretos que ayudaran a crear esta conciencia ecológica, con iniciativas dirigidas a presentar la teología que la Iglesia propugna en favor del medioambiente y lo que anuncia constantemente sobre esta cuestión. Hagamos que cada parroquia, cada comunidad, cada grupo pastoral asuma estos “pequeños desafíos” que ayudarán a crear la conciencia y testimoniar ante los demás (dentro y fuera de la Iglesia):
- Facilitar el reciclaje de materiales,
- Explicitar mensajes en torno a la conveniencia del ahorro o menor consumo de bienes básicos (agua, papel, plásticos, …),
- Situar actividades en el medio ambiente, que incluyan acciones de defensa o recuperación del espacio natural,
- Propiciar que un mayor número de celebraciones, encuentros y reuniones se realicen en el medio natural (ríos, montes, paisajes, …),
- Realizar actividades ecológicas en las parroquias, especialmente en los ámbitos pastorales de la catequesis, las clases de religión, los centros escolares diocesanos, … con un elenco de las mismas que sean sugeridas por las instituciones diocesanas que lo puedan asumir.
- Instalar islas ecológicas en las parroquias y edificios educativos y pastorales.
Formar parte de una Iglesia comprometida en la defensa de la Naturaleza, del medioambiente, es una actitud responsable que nos debe llenar de gozo y esperanza. Pero no les corresponde a otros, nos corresponde a cada uno de nosotros. Y no es tarea para dejarla para otras generaciones, debemos empezar ya.
Francisco Villacampa García
Miembro del Equipo de la Delegación de Apostolado Seglar