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La Paz, una cultura a desarrollar juntos
Dos acontecimientos fundamentan y motivan el mensaje del Papa para la celebración de la LVI Jornada mundial de la Paz: la pandemia del COVID-19 y la guerra de Ucrania. Ambos, sin duda, han acaparado la atención de la opinión pública y publicada durante el año que acaba de finalizar. Sobre la pandemia, el Papa se pregunta si hemos aprendido algo de la situación de crisis que hemos vivido, y también si nos ha dejado señales de vida y esperanza para seguir adelante e intentar hacer de nuestro mundo un lugar mejor. En cuanto a la guerra de Ucrania, coloca su foco intencional en la derrota que representa para la humanidad, no solamente esta guerra en concreto, sino también los demás conflictos que se extienden por el planeta.
Ambas perspectivas y la reflexión que hace sobre la interconexión que existe entre todas las crisis morales, sociales, políticas y económicas que padecemos, proporcionan suficientes argumentos para considerar hoy como el gran reto de toda la humanidad fomentar una cultura de paz. Y este reto surge, no solo porque representan una derrota para la humanidad los conflictos bélicos y todas la situaciones de agresividad, violencia y destrucción que se multiplican dolorosamente por el mundo, sino también porque en esta sociedad nuestra de la sobreaceleración y las prisas, pasan desapercibidas si son lejanas, o desaparecen con gran rapidez de la memoria colectiva porque no interesan. Esta provisionalidad social en la percepción de la violencia adquiere categoría cultural cuando se normaliza y, lo que es peor, cuando se utiliza como único medio de resolver los conflictos. Los sociólogos hablan de cultura de la violencia.
A fomentar una cultura de la paz para contrarrestar esta cultura de la violencia que impregna nuestra sociedad es a lo que nos invita el pensamiento social de la Iglesia cuando afirma que “La paz no es simplemente ausencia de guerra, ni siquiera un equilibrio estable entre fuerzas adversarias sino que se funda sobre una correcta concepción de la persona humana y requiere la edificación de un orden según la justicia y la caridad” (CDSI 494). Una antropología correcta y un orden social basado en la justicia y la caridad son pues los dos grandes pilares sobre los que la humanidad ha de construir una auténtica cultura de la paz.
Nuestra sociedad, marcada por los cánones de una cultura materialista-capitalista que opera según la lógica del consumismo, impone valores y estilos de vida radicalmente individualistas que propician desconfianza, competitividad y enfrentamiento. Estilos de vida que dificultan la convivencia. Hoy día es necesario como primera clave para construir cultura de paz una gran transformación antropológica para desinstalar estos marcos sociales e impulsar procesos educativos que fomenten esa “correcta concepción de la persona” de la que habla la DSI, basada en valores como la fraternidad, el respeto a los derechos humanos, la solidaridad, la libertad religiosa, la defensa de la vida, el cuidado de nuestra casa común… En definitiva, una antropología inclusiva con un proyecto de hombre fundamentado en el perfil que nos ofrecen las bienaventuranzas.
La segunda clave nos la proporciona la consecución de un orden social basado en la justicia y en la caridad. Ya en 1967 san Pablo VI constataba que “Las diferencias económicas, sociales y culturales demasiado grandes entre los pueblos provocan tensiones y discordias y ponen la paz en peligro”; en consecuencia proclamaba que “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz” (Populorum Progressio 76). Pasado el tiempo se ha ido consolidando a nivel planetario un sistema sociopolítico y económico que defiende ideológicamente que el crecimiento económico por sí solo, sin trabas de ningún tipo, conseguirá el desarrollo en igualdad de todos los hombres y países. El tiempo nos ha descubierto que este tipo de desarrollismo, que funciona al margen de la ética y de la centralidad de la persona, ha traído al mundo más desigualdad e inequidad. Las graves crisis económicas-financieras de las últimas décadas han profundizado en las contradicciones de este modelo de desarrollo; el crecimiento económico sin justicia no es sostenible ni produce igualdad, y consecuentemente no es instrumento de paz. El Papa Francisco lo señala con rotundidad: “una paz que no surja como fruto del desarrollo integral de todos, tampoco tendrá futuro y siempre será semilla de nuevos conflictos y de variadas formas de violencia” (EG 219). La paz social y sus falsas formas de entenderla y vivirla de la que habla el Papa en su Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium es un paso obligado de discernimiento para construir una cultura de la paz.
El edificio cultural a construir sobre estos dos pilares, necesita además medios e instrumentos operativos y educativos para avanzar y crecer. Son muchos y muy variados, pero el más importante de todos es el diálogo como valor individual y colectivo. “El conflicto –ha señalado el Papa Francisco– no puede ser ignorado o disimulado. Ha de ser asumido. Pero si quedamos atrapados en él, perdemos perspectivas, los horizontes se limitan y la realidad misma queda fragmentada” (EG 226). La mejor manera de situarse ante el conflicto, concluye el Papa, es implicarse en él para “resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso”. Pues bien, es en esa tarea transformadora donde el diálogo ejerce su función como virtud ética personal y como componente indispensable para la resolución de los conflictos. El diálogo es una experiencia de encuentro entre personas o colectivos que piensan de distinta forma o tienen diversos intereses y que, a través de él, intentan conseguir la unidad que es ideal y meta de la convivencia humana, y por lo tanto de la paz. El diálogo es la argamasa que puede unir los demás elementos necesarios para crear cultura de paz: la participación, el respeto a la diferencia, la libertad de expresión, la igualdad, trabajar juntos… Educar pues en el diálogo y practicarlo en la vida relacional prepara el marco adecuado para regenerar la vida social, política y económica. Es un trabajo lento y arduo, pero fundamental si queremos desarrollar una cultura del encuentro, experiencia previa para el desarrollo de una cultura de la paz. Hacerlo juntos es el sueño del Papa.
Luciano Soto
Miembro del Equipo de la Delegación de Apostolado Seglar