La paz como tarea en una cultura global tecnocrática

La generación a la que pertenezco, que comenzó su ciclo vital en plena 2ª Guerra Mundial, y se educó sufriendo las consecuencias de una guerra in-civil entre hermanos, comprendió muy rápidamente desde la experiencia que le proporcionaba la misma vida, que la consecución de la paz debería ser una tarea permanente y que exigía arduos esfuerzos para mantenerla. “La Paz se debe no sólo mantener, sino también realizar” nos decía San Pablo VI en 1974.

Los brotes de esperanza, que surgieron tras la gran guerra con las medidas políticas, sociales y económicas que las principales potencias acordaron para no volver a otro gran conflicto con carácter universal, se esfumaron con mucha rapidez. El nuevo equilibrio surgido en la posguerra y el miedo a la utilización de armas nucleares impidieron -no sin grandes tensiones- una nueva gran confrontación entre naciones; sin embargo no ha podido impedir la multitud de conflictos parcelados en distintos lugares del mundo que no se han dado tregua en toda la segunda mitad del siglo pasado y lo que llevamos de este: se habla de alrededor de cincuenta conflictos armados y de casi un centenar de zonas tensionadas por la violencia y el enfrentamiento. La Guerra de Ucrania y en la Franja de Gaza representan el paradigma actual de una grave situación que el Papa Francisco en algunas de sus manifestaciones ha calificado como “una tercera guerra mundial combatida ‘por partes’ con crímenes, masacres, destrucciones…”

Este año, en el que se conmemora el 60 aniversario de la promulgación de la encíclica Pacem in Terris -el sueño de San Juan XXIII sobre la paz como cultura a desarrollar- invita a una reflexión profunda sobre las claves que han de orientar toda tarea para conseguirla. El subtítulo de la Encíclica determina todo su contenido:  la paz entre los pueblos “ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad”. Es la búsqueda de la paz positiva que a través del diálogo social fomenta el desarrollo integral, lucha contra la desigualdad y la discriminación, protege a las personas más vulnerables y cuida el medio ambiente. De ahí que el Papa Francisco, consciente de la influencia de la cultura dominante en esta tarea de trabajar por la paz, nos proponga el lema de “Inteligencia Artificial y paz” para la celebración de la 57 Jornada Mundial de la Paz. En su mensaje para este día nos pide esfuerzos para que la inteligencia artificial pueda contribuir a la resolución de conflictos y de las injusticias y que sea una aportación a la fraternidad humana y a la paz.

El tiempo histórico que vivimos viene marcado por el gran desarrollo de la ciencia moderna y su aplicación tecnológica a todos los ámbitos de nuestra vida. Podemos decir que la tecnología, que en la actualidad tiene como principal instrumento de investigación-acción a la Inteligencia artificial y sus diversas aplicaciones, está configurando profundamente nuestro mundo. El desarrollo tecnológico actual ha penetrado en todos los ámbitos de nuestras vidas, nada le es ajeno: “Los progresos de la informática -nos dice el Papa- y el desarrollo de las tecnologías digitales en los últimos decenios ya han comenzado a producir profundas transformaciones en la sociedad global y en sus dinámicas. Los nuevos instrumentos digitales están cambiando el rostro de las comunicaciones, de la administración pública, de la instrucción, del consumo, de las interacciones personales y de otros innumerables aspectos de la vida cotidiana.”

Sin duda, la Inteligencia artificial, que forma parte de las tecnologías que configuran la llamada cuarta revolución industrial, presenta aspectos muy positivos para el crecimiento de nuestra vida personal, social e institucional. Es de justicia comprender y valorar que su bondad en muchas de sus aplicaciones desarrolla la capacidad creadora del hombre en respuesta a su condición de colaborador en la obra creadora de Dios y a su vocación cristiana de transformar la realidad con la mirada puesta en el bien común; pero al mismo tiempo, desde la ambigüedad de sus prácticas y “el ejercicio de un control sobre la realidad, nunca visto hasta ahora, -como señala el Papa- están poniendo en las manos del hombre una vasta gama de posibilidades, algunas de las cuales representan un riesgo para la supervivencia humana y un peligro para la casa común”.

Riesgos que exigen un decidido y profundo discernimiento pues, por una parte, contienen la duda de si, aun teniendo la posibilidad de avance tecnológico, algunas de sus aplicaciones se deberían hacer realidad a cualquier precio; y por otra,  plantean serios interrogantes desde una perspectiva ética y desde el “sentido del límite”, siempre a tener en cuenta en ciertos aspectos antropológicos, educativos, sociales y políticos, tan necesarios para la humanización de nuestra sociedad y la paz entre los pueblos.

Las palabras finales del Papa en su mensaje para este día representan una llamada al compromiso de todos los hombres de buena voluntad en esta permanente tarea de construir la paz: “Mi oración al comienzo del nuevo año es que el rápido desarrollo de formas de inteligencia artificial no aumente las ya numerosas desigualdades e injusticias presentes en el mundo, sino que ayude a poner fin a las guerras y los conflictos, y a aliviar tantas formas de sufrimiento que afectan a la familia humana. Que los fieles cristianos, los creyentes de distintas religiones y los hombres y mujeres de buena voluntad puedan colaborar en armonía para aprovechar las oportunidades y afrontar los desafíos que plantea la revolución digital, y dejar a las generaciones futuras un mundo más solidario, justo y pacífico. “

Artículo de D. Luciano Soto García